Un silencio largo y sostenido


     Mientras él termina de levantar la mesa, ella prepara café. Él mira su pelo atado bien tirante y un mechón que se le escapa sobre la cara y no siente nada. Mira también la gotita de sudor que le baja desde la sien y la forma en que se la seca con la manga de la camiseta, pero no siente nada.
    Hace días –tantos días– que no siente nada.
    Es algo en lo que prefiere no pensar. Aunque a veces, aún sin quererlo, lo hace. Entonces debe reconocer que no siente nada. Se pregunta si alguna vez la quiso. Cree que sí. De hecho, está bastante seguro. Se pregunta cuándo la dejó de querer.
     Eso es más difícil, porque tampoco diría que la haya dejado de querer.
     Simplemente, cuando la ve, no siente nada.
     Él pasa un trapo a la mesa y ella sirve el café. Se sientan frente a frente, se miran en silencio. Un silencio largo y sostenido. A él le gustan sus ojos rasgados y sus labios gruesos. Le gustan un poco menos sus cejas despobladas, pero también le gustan. Toma un sorbo de café. Está bueno: cortado con un chorrito de leche fría, como él lo prefiere.
      Pero no siente nada.
     Ella lo invita al cine. Podemos dejar a los chicos en casa de mamá, dice. Vamos al cine y después a cenar algo, por ahí al italiano de la vuelta o a la parrillita de San Juan.
     Y él responde que le parece bien.

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