Bajo presupuesto

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Poca tinta hace falta para escribir un microrrelato. Después aparece el lector y rellena donde el escritor no dijo. Cuando una historia es destinada a una botella que se arrojará al mar, cualquier exceso se transforma en lastre. La literatura de bajo presupuesto no es sólo un modo de ahorrar papel y tinta, sino también tristezas. Porque si el mensaje en una botella naufraga, la catástrofe se duplica. Yo, que voy flotando a la deriva —aunque de tanto en tanto me detenga a matear con algún crustáceo o a escuchar el arrullo de las sirenas— sufro cada vez que presencio el hundimiento de una botella. A veces intento sujetarla, leer su mensaje. Pero no hay quién la rescate si lleva un ladrillo dentro. Ojo, que yo no desprecio las superproducciones. Pero para ellas están los continentes. Ahí encontrarán sustento y también lectores. Acá, en el océano, la literatura que sobrevive es la de bajo presupuesto. Y eso, a los narradores marinos nos gusta, porque hoy, en estas aguas, podemos contar sin dinero.  
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